Telecinco se desmelenó en esta pasada Navidad, ofreciéndonos -en horario de máxima audiencia: pasadas las 10 de la noche- dos obras punteras del último cine patrio: El laberinto del fauno (brillante filme de Guillermo del Toro, 2006) y El orfanato (J. A. Bayona, 2007). Me centraré en ésta última, pues es la que pude volver a ver.
El flashback del escondite inglés que ilustra el comienzo de la historia, y que se vuelve a repetir –de un modo real-mente escalofriante– al término de la misma, condensa el contraste definitivo y definitorio de la filosofía de El orfanato. En la ópera prima de J. A. Bayona conviven, con resentimiento por ambas partes, la infancia robada y la madurez temeraria que transmite, con una simple mirada, Belén Rueda. Porque, como decía el transgresor poeta Leopoldo María Panero en El desencanto (Jaime Chávarri, 1976), "En la infancia, vivimos; después, sobrevivimos".
¿Qué es lo que más me llama la atención en este viaje a las entrañas del Nunca Jamás? La amalgama de influencias que utiliza Bayona, sin concesiones a la señora urticaria, para describir todo tipo de situaciones escatológicas (cómo olvidar a aquella madre que, en su empeño de asir la Verdad, es capaz de respirar polvo cadavérico) y terroríficas. Una amalgama de influencias concentrada –a modo de metáfora– en los retales de la lynchiana máscara del hijo de nuestra heroína.
Eso sí, a pesar de la elegancia que transmite El orfanato (¿o la playa de Llanes?), me da la impresión de que Bayona, afanado en moldear la psicología sobrecogedora y estéril del personaje de Belén Rueda, olvida el tratamiento de personajes importantes. Así, su propio marido (Fernando Cayo) permanece extrañamente evadido –la pérdida (¿o mutación?) de su retoño requeriría todo lo contrario– durante la mayor parte del metraje.
Por otra parte, el guión es bastante previsible desde el momento en que la viejecita (¿por qué el género no actualiza sus arquetipos?) visita la mansión. Y, si echamos la vista atrás (ya he dicho que Bayona no se esfuerza en ocultar sus inevitables referentes), hace cuarenta años Ibáñez Serrador consiguió, sin ningún tipo de artificio, enclaustrarnos en una Residencia que parecía... ¡una miniatura de aquel terrorífico país nuestro!
No obstante, con el debutante (no olvidemos este dato) Bayona el retorno a las entrañas del Nunca Jamás está garantizado. Otra cosa es que la estancia en ese doloroso pero nutritivo territorio sea duradera…
martes, 12 de enero de 2010
Dulce condena
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