domingo, 31 de enero de 2010

La vida loca

Ya que mis compañeros han comentado todos los detalles del documental "La vida loca", yo me voy a centrar más en hablar acerca del vídeo editado en clase. Concretamente del vídeo del grupo 5.

Se abre la pieza, con el título del documental y con un sonido, que realmente capta la atención. La voz en off que acompaña a todo el reportaje, es pausada, con un buen ritmo y clara. Se entiende absolutamente todo.

Además, introducen declaraciones del artífice del documental, para darle más, realismo y más credibilidad. Ya no te lo cuenta sólo una voz en off, sino el propio creador da fe de ello.

La pieza hace una crítica de la forma de retratar de Christian Poveda: "El lado humano de las personas, no es precisamente lo que más se conoce de ellas. La otra cara de la moneda, lo que de verdad preocupa a las autoriades, los actos violentos, brilla por su ausencia".

Sólo añadir, que la duración de los videos en Internet importa mucho. Los vídeos de más de 3 minutos en la mayoría de las ocasiones, repelen las visitas. Este en cambio, tiene una duración idónea: Dos minutos, once segundos. De momento tiene 108 visitas y por sus carácterísticas, obtendrá muchas más. ¡Enhorabuena grupo 5!


Vida loca

Más de 16 meses le hicieron falta a Christian Poveda para grabar las imágenes de La Vida Loca. Siguió a jóvenes gángsters en su día a día sin puesta en escena ni intervenciones, esto es, "cine directo".

affiche--la-vida-loca-artic.jpg "La Vida Loca" - que finalmente no fue seleccionada para el festival de Cannes- comenzó su camino gracias a su proyección en el Festival de San Sebastián.
Anunciado por la BBC como el país más violento del mundo, El Salvador no es seguramente el lugar donde nos gustaría pasar las vacaciones, porque allí la única realidad que se impone es la violencia en su apogeo. Una violencia que viven cada día miles de hombres y mujeres. Informar sobre esta soledad humana absoluta y denunciar los aspectos de una política en exceso represivo es lo que se propone esta película de gran intensidad.

Se tatúan, van armados y matan a los miembros de las bandas enemigas. Su edad no sobrepasa los 25-30 años.

La muerte les espera detrás de cada esquina, una auténtica guerra de gángsters que se perpetúa en El Salavador desde hace más de 20 ans.

La vida cotidiana de los miembros de "La 18" es simple pero lejos de ser ordinaria, ya que se resume a arrestos policiales, venta de drogas, pequeños trabajos e incluso el ingreso en prisión. Estas situaciones son desveladas a lo largo del documental con escenas difíciles y crudas.


La mirada de Christian Poveda es tan puntiaguda como la aguja con la que se tatúan casi todo su cuerpo. Eso es al menos lo que siente el espectador cuando ve este documental. Más allá de las imágenes, "La Vida Loca" aporta una inmersión hasta ahora imposible en un infierno cotidiano donde la violencia es la reina y la muerte, por así decirlo, está ya anunciada.


sábado, 30 de enero de 2010

LA VIDA LOCA





El pasado 2 de septiembre fue hallado en los disturbios de San Salvador el cuerpo sin vida del fotógrafo y documentalista Christian Poveda. Tan sólo había pasado un año desde el estreno de su documental La Vida Loca, una producción dedicada a retratar la vida de los jóvenes pandilleros de El Salvador. Centrado en una de las pandillas más peligrosas del país, la Mara 18, Poveda trató de profundizar en los aspectos menos conocidos y tenidos en cuenta por las corrientes de opinión. El aspecto humano mostrado, los sentimientos expresados y la muestra de una imagen que va más allá de los estereotipos, hacen ver al espectador que al fin y al cabo los miembros de las maras salvadoreñas no son más que víctimas de un sistema que les fuerza a convertirlos en lo que son, miembros de unas violentas pandillas enfrentadas entre sí.


Si bien las representaciones más comunes que se tienen acerca de estas bandas son la de los conflictos violentos y la de una lucha aparentemente irracional, en este documental la violencia brilla por su ausencia. La vida cotidiana de sus miembros, el sentimiento de la pertenencia a un grupo social, los problemas con la justicia o los intentos de reinserción son los que ocupan la mayor parte del metraje.


Pero el problema de este documental quizá se encuentre en el desequilibrio que aun sin ser del todo intencional el autor nos muestra con el paso de los minutos. Lo que comienza siendo una producción dedicada a la suscitación del debate sobre la posible reinserción social de los pandilleros de El Salvador, acaba convirtiéndose en un eje de buenos y malos que puede crear complicidad en el espectador. Los miembros de la Mara 18 muestran sentimientos, unión y espíritu de superación, pero muchos de sus logros se ven mermados cuando de repente la banda enemiga, aquella que permanece escondida y a la que prácticamente no se hace ninguna referencia, acaba con la vida de alguno de los protagonistas. Y es que aunque Poveda no tuviera demasiadas opciones de cara al retrato de otra pandilla que no fuera la M18, su asesinato, posiblemente realizado por miembros de una mara, da mucho que pensar sobre este aspecto del documental.


La repercusión de La Vida Loca no ha estado exenta de opiniones y debates acerca de la reinserción social de estos jóvenes. El asesinato de su autor no solamente ha alimentado aun más este debate sino que ha conseguido que llegue a tener una repercusión global.







E. Pérez Sánchez

lunes, 18 de enero de 2010

Análisis de una fotografía


El análisis denotativo de esta imagen de diciembre de 2009 publicada en el Diario Público, indica que el peso visual de la imagen se sitúa en el recuadro inferior izquierda con una llamativa imponente figura cardenalicia. Parece que la imagen sí ha sufrido alguna modificación, posiblemente desenfocándo a Rouco Varela, dándole más protagonismo a la multitud.

El análisis connotativo demuestra que el fotógrafo de la agencia EFE ha querido imprimir su carácter subjetivo en la imagen, ya que desde mi punto de vista, todas las fotografías son subjetivas, ya que al realizar el encuadre, se está sesgando la realidad.
La figura de Rouco, tal como aparece en la imagen, bien podía representar, que además de ejercer su función de líder espiritual, hace incursiones en materia política. Parece recordar a los grandes discursos de los líderes políticos a lo largo de la historia.




Práctica: comentario de una fotografía


La fotografía escogida para este comentario está dividida claramente en dos partes: en el área derecha podemos observar una mujer de rasgos étnicos mestizos que camina con el rostro descubierto, mientras que junto a ella, en el lado izquierdo, se aprecia una mujer musulmana que lleva un velo integral de color negro (burqa) que impide que podamos conocer sus rasgos. Ambas caminan por el barrio de Belsunce en Marsella (Francia).

La imagen está tomada por un fotográfo de la Associated Press en verano de 2009, a raíz de la declaración del presidente francés, Nicolas Sarkozy, indicando que el burqa "no es bienvenido en el territorio de la República", y publicada en diciembre del mismo año por Le Figaro para ilustrar un editorial sobre el mismo tema.

En la instántanea llama la atención del espectador el increíble contraste entre ambas mujeres que caminan al mismo tiempo en una calle marsellesa, con lo que el fotógrafo ha pretendido acentúar la denuncia sobre el integrismo islámico que obliga a llevar esta prenda recubriendo todas las partes del cuerpo, incluidos los ojos y las manos, y cómo supone una paradoja en una democracia continental donde lo más habitual (y también lo más lógico) es que las mujeres vistan libremente sin ocultarse tras su vestimenta, como hace la de derecha de la fotografía.

Pensar en imágenes

Me entero, a través de los paupérrimos informativos de Antena 3, de que Los abrazos rotos ha obtenido el premio de la Crítica de EE UU. No suelo comulgar con las galas y los premios cinematográficos, pero me sorprende tal decisión. Este último filme de Almodóvar, escribí en su momento, "muestra a un cineasta incapaz de conectar la forma (tan impecable que resulta recargada) con un desarrollo argumental dramático que deja no pocos cabos sueltos".

Me explico. Pedro Almodóvar, que es un director hábil a la hora de fusionar originalmente el surrealismo con la vida cotidiana (recuerden ¿Qué he hecho yo para merecer esto?), la experimentación formal con los diálogos callejeros (Todo sobre mi madre)…, piensa cada vez más en imágenes. Hay en Los abrazos rotos (2009) dos secuencias representativas de ese mirada que abunda en la profusión de citas, guiños y gustos por el metacine (a la manera de Hable con ella o La mala educación). En primer lugar, me refiero al doblaje que la barriobajera femme fatal Lena (interpretada por una trivial Penélope Cruz) hace de sí misma delante de la pantalla, metáfora efectista y efectiva de la multiplicación de su dolor (tanto la mujer real como la filmada son agredidas psicológica y físicamente por un magnate celoso y posesivo). Luego está esa despedida absolutamente brutal y conmovedora que se materializa en el beso del cineasta protagonista (interpretado por otro trivial Lluís Homar) a la imagen congelada y pixelada de su amada Lena que proyecta el televisor, algo que a mí me recuerda al portento visual de Videodrome (Cronenberg).

Sin embargo, en Los abrazos rotos la impecable forma resulta, a veces, recargada o inútil, pues no conecta con un desarrollo argumental que deja muchos cabos sueltos. Así, la supuesta pasión que quema a los dos amantes resulta inverosímil (o, cuanto menos, apagada). Y el guiño que hace Almodóvar a sus propias Mujeres al borde de un ataque de nervios (¿autohomenaje o nostalgia de aquellos tiempos tan sustanciosos?) no está bien suministrado a lo largo del filme, alargando en exceso, tras la tragedia de Lena, el final. Un final que hubiese ganado mucha más fuerza materializándose en el aludido beso congelado.

Hay precisamente en la última parte de esta película, que parece desarrollarse en torno a las confesiones de sus personajes (la idea es que expulsen, como en los primeros filmes de Saura, sus fantasmas internos), un giro desequilibrante del guión… o una especie de recurso explicativo cogido por los pelos para dar a los espectadores una información que todavía no conocen. En esta secuencia, ni siquiera los agudos movimientos de la cámara de Almodóvar (que siempre ha buscado en sus obras –hay que decirlo– los máximos recursos expresivos posibles) alrededor de sus personajes logran remediar la rotura definitiva de la película, personificada en la inevitable sobreactuación de esa estupenda actriz que es Blanca Portillo.

¿Dónde estaba yo en el 69?

Ayer lloré revisando, en Digital +, Grupo salvaje, la obra maestra de Sam Peckinpah. ¿Hay algo más salvífico en el arte –y en la vida– que una confesión entre dos forajidos amigos? (¡Ah, ese huir de todo, salvo de los tuyos!). Saliendo de un poblado azteca, cualquier fémina nativa regala una flor al profesional de la violencia interpretado por Ernest Borgnine, quien, tras haberla cogido, no sabe qué hacer con ella encima de su caballo… Hay en el rostro de Borgnine una ternura desbocada, crepuscular, propia de unos seres nihilistas que están dispuestos a morir (y así lo hacen) cuando uno de los suyos está siendo torturado. “¡Queremos a Ángel!”.

“Nosotros no somos como él; somos ladrones, pero no ahorcamos a nadie”, dice el personaje de Borgnine, refiriéndose a un sanguinario general, en otra escena de Grupo salvaje (1969). Exactamente. Ellos (los forajidos) están al margen de ese poder que ahorca y tortura incluso en democracias tan consolidadas como EEUU. Nuestros héroes del Oeste matan para robar. Roban para sobrevivir. Y mueren matando. Es esa la única forma de vida que conocen. Una forma de vida que tal vez no sea la más indicada para un hombre… No obstante, lo que subyace tras la pandilla salvaje, liderada por un soberano William Holden, es un código moral (sentido de responsabilidad colectiva, amistad…, frente al dinero) que pone en tela de juicio a esas asquerosas gentes de orden que contratan a cazadores de recompensas para no mancharse las manos. Dicho de otro modo: Peckinpah, un cowboy tan romántico, salvaje y atemporal como sus personajes, redime en el ser humano (cruel por naturaleza) la capacidad de comportarse hasta el final de acuerdo con sus propias reglas. Esta idea la ejemplifica muy bien Kris Kristofersson en Pat Garrett y Billy the Kid (1973): “Los tiempos habrán cambiado, pero yo no”. ¡Toda una bomba de relojería para la modernísima sociedad norteamericana!



Una metapelícula
¡Cuántas veces te has emocionado con la matanza final de este western, que representa el ocaso de una mirada y de una manera honesta y solidaria de vivir, tanto en la pantalla (recordemos que por aquel entonces ya empezaban a hacer mella los entretenidos pero a menudo paupérrimos spaghetti westerns de Sergio Leone) como en la vida! ¡Y cuántas veces volverías a emocionarte revisando el filme al lado de una esplendente chica! Sería como rodar un universo (la vida en su máximo apogeo: el cuerpo femenino) dentro de otro universo (el cine). Oirías los suspiros, el pulso acelerado, el vuelo del clínex…, en la butaca de al lado. Y asociarías para siempre esa escena real –miras de reojo– con el montaje vanguardista de Peckinpah (cámara lenta, planos cortos…), que nos permite apreciar muchos puntos de vista: alguien muere (ves cómo la bala atraviesa la carne: hay diminutas gotitas de sangre en el rostro; en el cine, la crueldad humana no se había manifestado hasta entonces de una manera tan impactante) y justo en ese momento dos niños se abrazan… y la chica –¿quién?– que tienes al lado se refugia en tu pecho.

¿Qué más, incluso tú, podrías pedir?

miércoles, 13 de enero de 2010

Un año sin publicidad en France Télévisions

Pocas semanas después de la supresión total de la publicidad, TVE se consolida como cadena líder. El mismo día de Año Nuevo en el que ha entrado en vigor la disposición que obliga a la radiotelevisión pública española,se cumple un año desde que nuestros vecinos franceses hiciesen lo propio en France Télévisions, una reforma imprevista entonces y decidida personalmente por el presidente de la República. La única diferencia entre ambos casos es que en el francés la supresión de los anuncios es gradual: desde 2009, no se emite publicidad a partir de las 20.00 horas (que es cuando comienza el prime time en Francia), y en 2011, la prohibición se hará extensiva a toda la parrilla de las cuatro cadenas públicas (France 2, France 3, France 4 y France 5).


Se puede, pues, hacer un pequeño balance de lo que ha supuesto este primer año sin spots en el horario de máxima audiencia y cómo TVE puede aprender de las experiencias extranjeras.


Aunque France Télévisions "nunca sacrificó un programa basándose exclusivamente en la audiencia", según su director general, la ausencia de la presión comercial de los anunciantes ha permitido que se hagan apuestas más osadas, como la programación de las fiestas de fin de año: "Le Bourgeois gentilhomme" o "Carmen" nunca hubieran sido programadas con publicidad porque su audiencia es muy limitada. Resultado: el espectáculo vivo (teatro, ópera...), los documentales, las ficciones históricas (como "Luis XV") han sido reforzados en 2009.


La oferta cultural, que ya antes era significativa (sobre todo en la cadena Arte), se ha enriquecido y se ha vuelto más visible para el espectador. El 75% de los franceses se dice “satisfecho” con la medida. Y la audiencia ha acudido a la cita, a pesar de que las cadenas comerciales han multiplicado las series americanas en prime time. Del mismo modo, el resto de programas fue adelantado alrededor de quince minutos, provocando que, por ejemplo, los telediarios de las cadenas comerciales hayan perdido fuelle (todos comienzan a las 20.00) porque la telenovela de gran éxito nacional Plus belle la vie empezó también desde enero de 2009 a emitirse a las 20.10…

martes, 12 de enero de 2010

Dulce condena

Telecinco se desmelenó en esta pasada Navidad, ofreciéndonos -en horario de máxima audiencia: pasadas las 10 de la noche- dos obras punteras del último cine patrio: El laberinto del fauno (brillante filme de Guillermo del Toro, 2006) y El orfanato (J. A. Bayona, 2007). Me centraré en ésta última, pues es la que pude volver a ver.

El flashback del escondite inglés que ilustra el comienzo de la historia, y que se vuelve a repetir –de un modo real-mente escalofriante– al término de la misma, condensa el contraste definitivo y definitorio de la filosofía de El orfanato. En la ópera prima de J. A. Bayona conviven, con resentimiento por ambas partes, la infancia robada y la madurez temeraria que transmite, con una simple mirada, Belén Rueda. Porque, como decía el transgresor poeta Leopoldo María Panero en El desencanto (Jaime Chávarri, 1976), "En la infancia, vivimos; después, sobrevivimos".

¿Qué es lo que más me llama la atención en este viaje a las entrañas del Nunca Jamás? La amalgama de influencias que utiliza Bayona, sin concesiones a la señora urticaria, para describir todo tipo de situaciones escatológicas (cómo olvidar a aquella madre que, en su empeño de asir la Verdad, es capaz de respirar polvo cadavérico) y terroríficas. Una amalgama de influencias concentrada –a modo de metáfora– en los retales de la lynchiana máscara del hijo de nuestra heroína.

Eso sí, a pesar de la elegancia que transmite El orfanato (¿o la playa de Llanes?), me da la impresión de que Bayona, afanado en moldear la psicología sobrecogedora y estéril del personaje de Belén Rueda, olvida el tratamiento de personajes importantes. Así, su propio marido (Fernando Cayo) permanece extrañamente evadido –la pérdida (¿o mutación?) de su retoño requeriría todo lo contrario– durante la mayor parte del metraje.

Por otra parte, el guión es bastante previsible desde el momento en que la viejecita (¿por qué el género no actualiza sus arquetipos?) visita la mansión. Y, si echamos la vista atrás (ya he dicho que Bayona no se esfuerza en ocultar sus inevitables referentes), hace cuarenta años Ibáñez Serrador consiguió, sin ningún tipo de artificio, enclaustrarnos en una Residencia que parecía... ¡una miniatura de aquel terrorífico país nuestro!

No obstante, con el debutante (no olvidemos este dato) Bayona el retorno a las entrañas del Nunca Jamás está garantizado. Otra cosa es que la estancia en ese doloroso pero nutritivo territorio sea duradera…

lunes, 11 de enero de 2010

Realismo posmoderno

Antonio Martínez Sarrión (poeta, ensayista y memorialista ejemplar) escribe en su dietario Esquirlas (Alfaguara, 2000):

En el terreno de la información audiovisual y en este país al menos, lo ágil se ha confundido siempre con lo atropellado, vociferante, zafio, propagandístico o chapucero.

A uno se le vienen a la cabeza infinitud de ejemplos (los reportajes estrafalarios de Antena 3, que invitan más a tomarse a una copa que a reflexionar; los telediarios de Telemadrid, que confunden la información con la opinión; la jungla hipermoderna de Sé lo que hicisteis, programa de La Sexta... y la mayor parte de series actuales) que corroboran las palabras de Sarrión.

Centrándonos en las series actuales (Física o Química, de Antena 3, sería el paradigma), no suele el formato de éstas (tan dadas al discurso moralizante chanflón, a la voz en off remachada por musiquitas de videojuegos, a las líneas narrativas conectadas a partir de últimas frases, poses o tics) ajustarse al séptimo arte, deudor de una fórmula literaria llamada elipsis que obliga a contar sólo lo estrictamente necesario. Ni un plano de más, ni un plano de menos.



Sin embargo, hay más de una obra cinematográfica que pretende emular el estilo atropellado de las series. En ese sentido, recuerdo (remontándome unos meses atrás), por ejemplo, el guión (y el filme en su totalidad) de Qué les pasa a los hombres (cuyo título original, He’s just not that into you, viene a decir Él no está interesado en ti), basado en una obra de Grez Behrendet y Liz Tuccillo (guionistas de la serie Sexo en Nueva York). Al parecer, se trata de uno de esos vulgares best-seller de auto-ayuda que tanto gustan a los treintañeros (de la clase media-alta, en este caso) emocionalmente escasos.

A ese estereotipo responden en el filme los protagonistas, encarnados por rostros donosos y conocidos (Scarlett Johansson –a años luz de Match point o Lost in translation–, Jennifer Connelly, Jennifer Aniston, Drew Barrymore…). Son personajes sin matices, mal dirigidos, como tantos otros de la vida misma. Pensándolo bien, tan realista es el filme que se permite el lujo de introducir entrevistas a la gente de la calle con el fin –imagino– de objetivar lo que se está viendo. Para que todos ustedes se reconforten en las desgracias ajenas, en la igualdad de caracteres…, pese a que una semana más tarde probablemente hayan olvidado (¡como en la vida!) el título y el argumento.

Tan realista es esta comedia –decía– que la cámara del director Ken Kwapis apenas se mueve sola durante los 129 minutos del metraje, salvo en una escena final (jugando con unos espejos). Porque la puesta de escena es la vida misma. Un pub novísimo, una oficina confidencial, una calle de diseño, un salón amenizado por los teléfonos móviles (tan traicioneros). Para qué forjar un travelling, si pueden marearse, y las palomitas cada vez están más caras… Para qué interrumpir con una elipsis el discurso, si aquí vienen, en fin, a entretenerse. Como cuando espían (o ponen a parir) al vecino.

El profesor Rellán

No hace falta que revisemos Sangre de mayo (el último –e irregular– filme de Garci, basado en La Corte de Carlos IV y El 19 de marzo y el dos de mayo, segundo y tercero de los Episodios nacionales escritos por Pérez Galdós) para descubrir a un actor de reparto que impulsa la elevación de la obra a través de una finísima declamación que roza el esperpento sin perder credibilidad alguna. Me refiero, claro está, a Miguel Rellán (Tetuán, 1943), un artista que ejemplifica a la perfección las tres premisas básicas que, según Ángel Fernández-Santos (el mejor crítico de cine que parió este país), poseen los auténticos actores, esos que se curtieron en el teatro: 1) “el pleno dominio en las tomas largas”; 2) “la precisión y velocidad de sus réplicas, lo mismo cuando les toca decirlas –ya que por oficio son expertos en crear ritmos dentro de sus verbalizaciones– que cuando se callan y es el turno de hablar del o de la colega que tienen enfrente”; y 3) “la posesión del gesto total, de manera que en el cine se adueñan sin discusión de los planos generales, esos que les permiten expresarse con todo el cuerpo.” De ahí el conocido dicho bergmaniano: “Llevan serrín en las venas.”

Actor (o, mejor dicho, autor, pues todas sus apariciones poseen una luz propia) de fuste, enamorado de su oficio, que hace grandes a los personajes principales que acompaña, Rellán nunca ha pretendido saltar al estrellato (ni maldita falta que le hace), labrándose así una carrera limpia (y contradictoria, en el mejor sentido de la palabra) de la que debe sentirse orgulloso.

Me explico. Podría parecer, a primera vista, que el físico austero, concentrado y demasiado común del tetuaní frena la simpatía del espectador. Sin embargo, yo estoy convencido de que una de las claves de su singular personalidad gravita precisamente en esa tristísima mirada. He aquí una de las contradicciones que me encantan: En lugar de encarnar a personajes blandengues que no necesitan registro alguno, Rellán ha sabido imprimir un humor inteligente (en la línea de Rafael Azcona, padre de guionistas y otras criaturas con miradas encendidas) al benévolo fantasma de El bosque animado (J. L. Cuerda, 1987), al ratero reciclado en ayudante del detective Alfredo Landa en El crack (J. L. Garci, 1981) o al despiadado comerciante de Sangre de mayo (J. L. Garci, 2008). Tampoco me olvido, amiguitos, de Félix Torán o, lo que es lo mismo, del Profesor Bacterio.

A propósito: ¿Por qué no imparte Rellán clases de dicción a esos novísimos actores que sólo imprimen escotes, abdominales y tics excesivos en sus personajes? Que vuelvan los “Compañeros” (una serie de Antena 3 que me gustaba, porque, más allá del inevitable componente comercial, abordaba temas de interés social sin caer en el morbo; ahora, en cambio, es difícil ver en la parrilla nocturna algo que no esté relacionado con el sexo sin protección) si es preciso: No puede romperse la más hermosa tradición de un oficio coral que odiamos (sé de muchos que se resignan a ver su papel representado encima del escenario) y amamos (gracias a la singular finura de gente como Rellán) a partes iguales.


El profesor Rellán, en la serie "Compañeros".

viernes, 1 de enero de 2010

Quizás no fue tan bueno echar a PPDA


A principios de verano de 2008, en los televisores de media Francia ya no se pudo ver a Patrick Poivre d'Arvor al frente del Journal Télévisé -telediario- de las 20 horas de la privada TF1, el más visto de Europa. El veterano comunicador (conocido como PPDA) de 61 años, que llevaba más de dos décadas siendo el rostro de las noticias de la edición de tarde, fue reemplazado por Laurence Ferrari, presentadora de Canal+, 19 años más joven.


PPDA era una institución de la televisión francesa, algo así como Matías Prats en el mismo ámbito, o como Iñaki Gabilondo de la radio. Su muñeco era el animador de los Guiñoles franceses, y debido a su gran popularidad y a su aureola de santidad como «histórico» de TF1, PPDA no contaba con jubilarse al menos hasta 2012.


Por su parte, Ferrari, rubia y joven, presentaba el programa semanal de actualidad política Dimanche+ desde 2006. El primer JT que la «recién llegada» presentó en TF1 tuvo 8,3 millones de espectadores, una cifra ligeramente superior a los 8 millones de fieles de PPDA. Su idea de «cambiar el tempo» de la información pareció tener, en un primer momento, buena acogida.


Pero tres meses después, la realidad cambió. La intención de TF1 de combatir el enorme avance del telediario de la pública France2, cuyo rostro visible es David Pujadas, fracasó: desde la llegada de Ferrari, el JT de TF1 ha pasado de casi el 40% al 31% de share, mientras que su rival ha recortado su diferencia de 14.5 a 10 puntos. 2009 ha sido el annus horribilis del decano de los telediarios franceses: más de un millón de espectadores han huido de Ferrari hacia la maraña de las cadenas públicas (France2 pero también France5) y a las nuevas cadenas de la TNT (la TDT francesa). ¿Fue el nuevo fichaje de la Une un «accidente industrial»? Las malas lenguas llegaron incluso a hablar de la sustitución de Laurence Ferrari por Harry Roselmack, que finalmente no se ha producido.


PPDA canta en silencio su victoria. Parece evidente que su salida de TF1, la cadena más vista del país, privatizada en 1987, no fue ajena a Nicolas Sarkozy, a la sazón presidente de la República, y amigo personal del millonario dueño de TF1, Martin Bouygues (fue testigo en su boda y es el padrino de uno de sus hijos). D'Arvor habría pagado así su «irreverencia» en 2007 contra el entonces candidato, a quien entre otras cosas acusó de «comportarse como un niño».