El educomunicador y creador audiovisual Jordi Torrent y el ex presidente del World Council for Media Education y actualmente Director del Máster “Comunicación y Educación en la Red” de la UNED, Robertio Aparici, hablan sobre el posible origen, significado, alcance y perspectivas de futuro de la educomunicación en el artículo “Educación: Participación Ciudadana y Creatividad”. Como aportación a la práctica voluntaria que había propuesta para los alumnos de clase, a continuación ofrezco un comentario y una pequeña y humilde reflexión al respecto.
Los medios de comunicación han sido tradicionalmente unidireccionales, los poseedores de voz, aquellos que tienen la verdad y a los que prácticamente no se les ha podido rechistar nada. Pero todos deberíamos de ser bien conscientes de que en este mundo no hay una única verdad para todas las cosas. Cualquier información que puedan recibir nuestros ojos u oídos debería de ser al menos cuestionada como parte de la verdad absoluta. Los medios de comunicación nos crean una realidad, una especie Matrix (exagerándolo un poco) que supuestamente nos tenemos que creer y en el que los países del norte dominan a los del sur, en especial el modelo anglosajón frente a todo lo demás. Estos son los que hacen que nuestras representaciones del mundo y también nuestros esquemas mentales estén basados en lo que ellos nos han dado siempre a entender, ya que desde que éramos unos críos prácticamente sin raciocinio alguno, nos lo han inculcado día a día a base de imágenes, creencias, mensajes y ante todo aspectos emocionales.
Según comentan Jordi Torrent y Roberto Aparici ya desde los años 60 del siglo XX ya se podían ver precedentes de lo que hoy en día se conoce como educomunicación, un tipo de educación que pretende hacer frente a todo esto, unos métodos para que el ciudadano entienda cómo debe de entender la información, atendiendo a aspectos mucho más profundos y mucho más alejados de la emoción que le inculcan los medios de comunicación a cualquier recurso afectivo de los que hace despertar la sensibilidad humana. Pero la imposición de este tipo de educación en las escuelas ha estado siempre bastante lejos de poder consolidarse en algún país. En España, por ejemplo, la educominucación no forma parte de la educación del país ya que no se ha incluido en la nueva Ley de Educación. En Estados Unidos parece que se atiende algo más a la cuestión, pero lo cierto es que no hay un Plan Nacional que la considere, por lo que tampoco se la termina de tener en cuenta.
No obstante, es posible que nos encontremos en el contexto más apropiado para la puesta en marcha de diversas estrategias que la puedan hacer al fin reflotar. Nos encontramos en un cambio de paradigma tecnológico en lo que todo tiende a digitalizarse en lo que muchos llaman ‘convergencia digital’, y ahora es mucho más difícil contener las voces de unos ciudadanos que tienen derecho a reclamar lo suyo y lo de los demás. Es ahora cuando empieza a ser posible el poner en entredicho lo que dicen los supuestos medios dominantes, aquellos cuya propiedad está cada vez concentrada en un pequeño número de personas, y que se aprovechan de los procesos de sinergias para poder ejercer su poder sobre la población, un poder que controla mentes y que por tanto es mucho más efectivo que cualquier otro. La bidireccionalidad de los nuevos medios digitales puede ser desarrollada y explotada a merced de los ciudadanos, y no es imposible que quienes siempre hemos sido un rebaño dirigido por una minoría de personas ahora podamos crecer y equilibrar la balanza a partes iguales.
Quizá sea este el momento de ir más allá de las versiones oficiales de las cosas y descubrir qué es lo que hay detrás de todo esto. Si durante las últimas décadas ha tenido lugar el desarrollo de las democracias y del pluralismo, estos nunca podrán de terminar de consolidarse si la educomunicación no se desarrolla y se inculca en la mente de todas las personas desde el inicio de sus vidas.
Pero a pesar de lo que puedan decir Torrent y Aparici sobre la educación al respecto de los medios de comunicación y la influencia de sus mensajes en nuestros esquemas mentales, quizá convendría añadirle otra importante perspectiva a la cuestión: ¿Está la gente preparada para sufrir estos cambios? La diminuta porción de mundo que conozco está basada en un grupo de personas que no quiere aceptar las realidades, que tienen miedo de quedarse solas y que son capaces de afirmar cuestiones con las que interiormente están en desacuerdo sólo por formar parte de un grupo social y poder sobrevivir.
Esto podría interpretarse como una especie de aceptación de aquello que se nos muestra aun cuando no termina del ser todo cierto porque es lo que crea una conciencia común, lo que hace moverse a todos en una única dirección. Esto evidentemente no tendrá efectos positivos para aquellas personas que se ven directamente perjudicadas, ya sea por ejemplo una minoría étnica poco rentable para los medios de comunicación o bien algo de mayores magnitudes y con otro tipo de intereses como el hecho de reflejar la vida de diversos países orientales a golpe de látigo y salvajismo. Pero vayamos más allá de lo políticamente correcto y aceptemos que esto desgraciadamente a la mayoría de la población le da igual, que son felices en su propio engaño y que poco se van a mover por sus derechos mientras sigan viviendo en un mundo de fantasía e ilusiones.
La aplicación de la educomunicación al sistema educativo podría suponer un gran paso para el desarrollo de la sociedad y la pluralidad, pero quizá hubiera que dar otros pasos antes. Habría que ir a cuestiones mucho más profundas, cuestiones que parten de la psicología y la sociología para cambiar las formas de pensar de tantas y tantas personas. Activar la educomunicación, así sin más, sería una medida muy tajante y casi comparable a la decirle a un niño pequeño que los reyes magos no existen, pues antes habría que concienciar a la población de otros muchos aspectos.
E. Pérez Sánchez
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